Esta vivienda fue pensada como el primer hogar de una pareja joven, con la mirada puesta en el presente pero también en el futuro.

El diseño se organiza en dos grandes bloques: uno social y otro privado, conectados por un hall de acceso que enmarca una vista privilegiada hacia un bosque de árboles autóctonos que ocupa más de un tercio del terreno.

La implantación en forma de L responde a la búsqueda de la mejor orientación y funcionalidad: los espacios sociales se abren al norte y al patio, mientras que los dormitorios miran hacia el este para aprovechar la luz de la mañana.
En cambio, los servicios se disponen hacia el oeste y el sur, con patios internos que aportan ventilación e iluminación natural.

La fachada principal se plantea de manera introspectiva, con un lenguaje sobrio y cálido donde dialogan el ladrillo visto, los muros de hormigón y los juegos de luz que generan los paños cribados.
Hacia el interior, la casa se abre con generosidad, integrando el estar, el comedor y la galería en un mismo flujo espacial que conecta con la naturaleza del lugar.

Más allá de su geometría contemporánea, la volumetría remite a la silueta clásica de la vivienda, reinterpretada para responder al entorno y a las necesidades de sus habitantes.

El proyecto prioriza la sencillez de los materiales, la calidez de los espacios y, sobre todo, el vínculo con el entorno natural que lo rodea.